lunes, 20 de agosto de 2012

Ni Coca-Cola ni Moconchichi






¿Por qué echar a la Coca-Cola? Por qué hacerlo si casi siempre que veo tomar a alguien un vaso de moconchinchi compruebo con desagrado como este escupe la pepa al suelo de la calle contribuyendo de esta forma aún más a la acumulación de basura y suciedad de mi país?

¿No habría sido más acertado y revolucionario plantear más bien un plan de transformación de la conducta ciudadana para una mejor convivencia con la madre tierra? Una convivencia que involucre por ejemplo que cada vez que una persona en la ciudad sea sorprendida tirando basura en la calle y no en los contenedores sea sancionada públicamente (sino económicamente) al menos por las personas moralmente para que este no lo vuelva a hacer; o que en nuestras fiestas patronales y demás bacanales se concientice a la gente de que la calle no es un baño público libre para todos ni mucho menos un gran contenedor de basura en el que jóvenes y ancianos patinan y esquivan olores y bultos nauseabundos. Ni que decir del reciclaje de la basura, lograr que los desechos se distribuyan por contenedores diferentes sería el equivalente a entrar en una nueva era sin duda alguna.

Ya que estamos hablando de este anuncio hecho por nuestro Canciller nada más ni nada menos que en Copacabana, me extrañó que no se dijera nada de la contaminación que sufre el pobre lago de esa población en el que nativos y extranjeros se emplean con soltura olímpica a contaminarlo con sus desechos orgánicos e inorgánicos.

Por qué no se cuestiona la mala presentación visual de nuestras carreteras interurbanas como resultado de que la gente siente como una carga pesada el trasladar la basura que consume en el autobús y se siente cómoda abriendo la ventanilla para tirar los desechos de su comida e incluso en algunos casos más patéticos los pañales de la wawita que no sabe de horarios ni protocolos higiénicos (aquí lo éticamente correcto simplemente no existe).

Por qué nos gusta empeñarnos en seguir con la rutina, seguir pensando solamente en lo inmediato, en lo que puede dar mayor rédito político mediante la frívola polémica, en la que nuestros políticos se comportan como si estuvieran participando dentro de un reality y para no ser nominados apelan a su imaginación más truculenta y exótica. No nos detenemos por un segundo a pensar en planes de mediano o largo aliento que realmente repercutan en las siguientes generaciones.

No tengo como preferencia el tomar de esas dos bebidas citadas para saciar mi sed a menudo, prefiero el agua pura y limpia pero lamentablemente en mi país no puedo beber el agua desde el grifo porque siempre me dijeron que no existe ninguna seguridad de que sea cien por cien potable, siempre hay que hervirla o comprar embotellada, ¿cambiar esto por ejemplo no sería realmente una revolución en el hábito del consumidor, en la billetera del mismo y en un contacto más profundo con nuestra madre tierra?

Decía el politólogo H. Laswell que las élites para encaramarse y mantenerse en el poder deben ejercer un manejo simbólico que sea altamente valorado por la sociedad en la que se mueven o al menos por su electorado; no hay duda que en esto nuestras élites políticas gobernantes y no gobernantes demuestran día a día que para ellos es una de sus actividades más serias y comprometidas y que forma parte de la rutina diaria de la política boliviana de ayer y de hoy.

*Una versión editada de este artículo se publicó en el periódico boliviano Página Siete, Suplemento IDEAS:
http://paginasiete.info/web/ideas.aspx?seccion=ideas&fecha=20120820