¿Por qué echar a la Coca-Cola? Por qué hacerlo
si casi siempre que veo tomar a alguien un vaso de moconchinchi compruebo con
desagrado como este escupe la pepa al suelo de la calle contribuyendo de esta
forma aún más a la acumulación de basura y suciedad de mi país?
¿No habría sido más acertado y revolucionario
plantear más bien un plan de transformación de la conducta ciudadana para una
mejor convivencia con la madre tierra? Una convivencia que involucre por
ejemplo que cada vez que una persona en la ciudad sea sorprendida tirando
basura en la calle y no en los contenedores sea sancionada públicamente (sino
económicamente) al menos por las personas moralmente para que este no lo vuelva
a hacer; o que en nuestras fiestas patronales y demás bacanales se concientice
a la gente de que la calle no es un baño público libre para todos ni mucho
menos un gran contenedor de basura en el que jóvenes y ancianos patinan y
esquivan olores y bultos nauseabundos. Ni que decir del reciclaje de la basura,
lograr que los desechos se distribuyan por contenedores diferentes sería el
equivalente a entrar en una nueva era sin duda alguna.
Ya que estamos hablando de este anuncio hecho
por nuestro Canciller nada más ni nada menos que en Copacabana, me extrañó que
no se dijera nada de la contaminación que sufre el pobre lago de esa población
en el que nativos y extranjeros se emplean con soltura olímpica a contaminarlo
con sus desechos orgánicos e inorgánicos.
Por qué no se cuestiona la mala presentación
visual de nuestras carreteras interurbanas como resultado de que la gente
siente como una carga pesada el trasladar la basura que consume en el autobús y
se siente cómoda abriendo la ventanilla para tirar los desechos de su comida e
incluso en algunos casos más patéticos los pañales de la wawita que no sabe de
horarios ni protocolos higiénicos (aquí lo éticamente correcto simplemente no
existe).
Por qué nos gusta empeñarnos en seguir con la
rutina, seguir pensando solamente en lo inmediato, en lo que puede dar mayor
rédito político mediante la frívola polémica, en la que nuestros políticos se comportan
como si estuvieran participando dentro de un reality y para no ser nominados apelan a su imaginación más
truculenta y exótica. No nos detenemos por un segundo a pensar en planes de
mediano o largo aliento que realmente repercutan en las siguientes
generaciones.
No tengo como preferencia el tomar de esas dos
bebidas citadas para saciar mi sed a menudo, prefiero el agua pura y limpia
pero lamentablemente en mi país no puedo beber el agua desde el grifo porque
siempre me dijeron que no existe ninguna seguridad de que sea cien por cien potable,
siempre hay que hervirla o comprar embotellada, ¿cambiar esto por ejemplo no
sería realmente una revolución en el hábito del consumidor, en la billetera del
mismo y en un contacto más profundo con nuestra madre tierra?
Decía el politólogo H. Laswell que las élites
para encaramarse y mantenerse en el poder deben ejercer un manejo simbólico que
sea altamente valorado por la sociedad en la que se mueven o al menos por su
electorado; no hay duda que en esto nuestras élites políticas gobernantes y no
gobernantes demuestran día a día que para ellos es una de sus actividades más
serias y comprometidas y que forma parte de la rutina diaria de la política
boliviana de ayer y de hoy.
*Una versión editada de este artículo se publicó en el periódico boliviano Página Siete, Suplemento IDEAS:
http://paginasiete.info/web/ideas.aspx?seccion=ideas&fecha=20120820