A decir de Karl Jaspers, el escritor nobel
Czeslaw Milosz, en su emblemático texto "El pensamiento cautivo" denuncia y considera la situación de
los países de democracia popular (sobre todo el suyo que era Polonia) tal cual
es. Muestra con asombrosa diversidad cómo cambian los hombres cuando pesa sobre
ellos una constante amenaza de destrucción y sufren al mismo tiempo la
sugestión de la fe en la necesidad de la historia. A continuación unos
fragmentos del mencionado texto que a juicio del firmante de este artículo
deberían ser tomados en cuenta por su sabiduría y porque esperemos no pasar por
esto ni hoy ni mañana.
Dice Milosz al inicio: Intento demostrar en él
[libro] cómo funciona el espíritu humano en las democracias populares. La
situación de un escritor en las democracias populares es muy buena. El escritor
puede, allá, dedicarse exclusivamente a su trabajo literario, que le produce
ingresos como mínimo iguales a los de los más altos dignatarios. No obstante,
el precio que debe pagar para verse de ese modo liberado de las preocupaciones
materiales de la existencia es, a mi juicio, demasiado elevado" (Pág.16-17).
He ganado mi libertad; pero no debo olvidar que
estoy a diario en peligro de volver a perderla. Porque, también en Occidente,
se experimenta la exigencia de sumisión; sumisión, en este caso, a un sistema
que es el extremo opuesto a aquél del que he huido. La diferencia consiste en
que, en Occidente, se puede resistir a esa presión sin sentirse culpable de un pecado
mortal (Pág.25).
Por el momento los ciudadanos de los países
recién convertidos [a la democracia popular] comprenderán muy poco de su nueva
situación. Les sobreexcitará al principio el despliegue de banderas nacionales,
el estrépito de las bandas y el anuncio de reformas esperadas por muy largo
tiempo. Sólo él, el observador, leerá en el futuro como un dios y sabrá que el
futuro ha de ser duro, necesariamente duro, porque tal es la ley de la Historia
(Pág.51). ¿Es cierto que los norteamericanos son tan estúpidos?, me preguntaban
a menudo en Varsovia. En la voz de los que se dirigían a mí había a la vez
desesperación y la esperanza de que los contradijera. Esta pregunta revela la
actitud reinante en las democracias populares por lo que se refiere a Occidente:
una gran suma de decepciones y un resto de esperanza (Pág.55).
Todo lo que constituye la vida del hombre
aparece como resultado de la formación histórica en la que se halla. El hombre
es un ser tan plástico que cabe inclusive imaginar el día en que un ciudadano
verdaderamente respetuoso irá a cuatro patas, con una cola de plumas
multicolores en el trasero, como signo de perfecta conformidad con el medio en
que vive (Pág.59).
Los norteamericanos, conscientes de la
naturaleza de su derecho, comparan la democracia con una balsa, donde reina el
desorden y en la que cada cual rema en una dirección diferente. Todo el mundo
grita, se insulta, y no es fácil ponerse de acuerdo sobre la ruta que ha de
seguirse. En comparación, el trirreme del Estado totalitario, que avanza
velozmente a golpe de remo, parece invencible. Pero a veces ocurre que la nave
totalitaria choca con escollos sobre los cuales solamente puede pasar una pobre
balsa (Pág.64).
La economía occidental derrocha el talento en
forma increíble; y los pocos que llegan a tener éxito no le deben menos a la
pura casualidad que a sus facultades creadoras. En los países de la Nueva Fe,
se halla el equivalente de este derroche en el hecho de que la capacidad para
seguir la línea política constituye un criterio selectivo en virtud del cual
es, a menudo, el más mediocre quien más fama obtiene (Pág.70).
El Ketman [recurso discursivo para distraer a
las masas] enorgullece a quien lo pone en práctica. Un creyente se eleva,
mediante su ejercicio, a un permanente
estado de superioridad con respecto a aquel a quien engaña, y lo mismo
da que éste sea un ministro o un rey poderoso; en tanto que tú, en andrajos y
muerto de hambre, que aparentemente tiemblas ante la fuerza burlada, tienes los
ojos llenos de luz, vas por el sendero de la claridad ante tus enemigos. Te
burlas de un ser sin inteligencia; y desarmas una bestia peligrosa. ¡Cuántos
placeres a un tiempo!" (Pág.89).
Para los que quieran ingresar a formar parte
del movimiento de masas se les exige poco menos que el ascetismo. De modo que
entrar en el Partido no difiere mucho del ingreso en una orden religiosa; y se
trata de este acto, en la literatura de la Nueva Fe, con una gravedad igual a
la que la literatura católica ponía al hablar de la toma del velo. Cuanto más
alto es el puesto que se ocupa en la jerarquía, más se vigila la vida privada (Pág.107).
Así como
en las épocas de estricta ortodoxia los teólogos formulaban sus ideas en
el riguroso lenguaje que imponía la Iglesia, del mismo modo, lo que importa
allí [democracias populares] no es lo que alguien dice sino lo que ha querido
decir; se disfraza el pensamiento cambiando de lugar una coma, agregando una
"y", distribuyendo los problemas en determinado orden y no en otro
(Pág.110-111); de esta forma, se dice como ejemplo del ataque visceral que
sufren los críticos a esta Nueva Fe que los perros guardianes pueden dividirse
en dos categorías: los ladradores y brutales, y los solapados, que muerden en
silencio. El segundo tipo parece llevar ventaja en los países de la Nueva
Fe" (Pág.108-109).
La lucha de las democracias populares es para
lograr la dominación del espíritu humano. Al hombre hay que hacerle comprender,
porque, así, aceptará. ¿Quiénes son los enemigos del nuevo sistema? Las
personas que no comprenden. Y si no comprenden, es porque sus mentes son
débiles o porque no saben pensar (Pág.229). El Partido interpreta estrictamente
la consigna: "Quien no está con nosotros, está contra nosotros".
Quien no está de acuerdo hasta con el menor detalle, se convierte en enemigo y
se ve arrojado a las tinieblas exteriores" (Pág.253).
Finalmente, para fortuna nuestra, existen
escritores que en un momento determinado se negaron con la vehemencia de Milosz
a expresar su rechazo a este tipo de regímenes, en nuestro caso el célebre
Oscar Cerruto escribiría el siguiente poema: Cuya boca ardía// Me niego/ Me niego a entrar en el coro a corear/ al
perpetrador con sombrero de probidad/ el abogado de la carcoma/ el que dicta
las normas/ y sacude en la plaza el árbol del usufructo.
Una versión editada de esta columna fue publicada en el periódico boliviano Página Siete, suplemento IDEAS, 30 de septiembre de 2012: http://paginasiete.info/web/ideas.aspx?seccion=ideas&fecha=20120930
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