Dice Kissinguer en un reciente libro sobre el papel de EEUU y China en el contexto internacional (China, Editorial Debate, 2012): La excepcionalidad estadounidense es propagandista. Mantiene que este país tiene la obligación de difundir sus valores por todo el mundo. La excepcionalidad china es cultural. China no hace proselitismo; no reivindica que sus instituciones tengan validez fuera de China.
Casi de inmediato me viene a la mente la pregunta ¿qué idea es la que exportan nuestras autoridades de Bolivia en la actualidad?, y mientras reflexiono acerca de esto, tropiezo con un artículo de fragmentos de un informe de cierto burócrata internacional traducido por G. Mendieta (Página Siete, 24/03/12). Debo reconocer que más allá de los excesos evidentes a los que se refiere este burócrata de quien se podría esbozar como alguien que no habría pasado más allá de la 21 de San Miguel y quien reconoce que debemos ser tratados con "indulgencia", en otras palabras que hay que seguirnos dando cuerda como a los viejitos o a los locos pero sin tomarnos en serio; sin embargo, las palabras de este funcionario debería también invitarnos a reflexionar acerca de la pregunta de antes y ver en perspectiva si realmente estaremos haciendo los votos suficientes para ser catalogados como una nación en desarrollo o como una nación en constante desarrollo de la que se tienen bastantes dudas que un día pueda salir de esa categoría. Intentaré argumentar mi opinión al respecto divido en dos puntos:
En lo institucional, si bien no tenemos una de las democracias más "avanzadas", establecidas o tan largamente difundidas como cualquier país del llamado primer mundo; la idea que últimamente exportamos tiene que ver básicamente con excentricidades culinarias (bajo la receta de la papalisa) y con el descrédito de un poder judicial tan importante como columna fundamental de la democracia (véase la cuestionada elección popular del poder judicial y el empleo de usos autoritarios de justicia vecinal recientes sobre todo en la ciudad de El Alto).
En lo cultural, nuestros gobernantes y en algunas oportunidades unos más que otros, nos empeñamos en mostrarnos hacia fuera como un pueblo laaargamente explotado y oprimido ancestralmente, por lo que reivindicamos nuestro derecho de ser asistidos por la comunidad internacional de forma vitalicia, ¿cuándo llegará el día de nuestra emancipación de la dependencia extranjera?; esta comercialización de lo cultural hacia fuera no se limita al ámbito de la victimización; últimamente los ejemplos simbólicos son más fuertes y contundentes en este aspecto, aunque me temo que no para bien como el caso de los chinos.
Resumo, pasamos de tener un presidente autoidentificado como indígena, que viste chompa para recibir a otros dignatarios, que sus decisiones están sujetas en algunas ocasiones en la lectura de las arrugas de nuestros mayores y de lo que se haya soñado la noche anterior, que cuyas declaraciones pueden ser inspiración de publicaciones irónicas, y que además cuyo círculo más cercano se dedica a refugiarse en lo cultural como escudo de sus prácticas autoritarias; fuera del gobierno nacional, si se trata de penosos ejemplos de excentricidad cultural baste recordar al magistrado lector de hojas de coca.
En perspectiva general, ciertamente Bolivia se encuentra atravesando un momento de construcción institucional y cultural; felizmente parece que estamos lejos aún de ejemplos más crudos en los que el recuento de víctimas mortales engrosan estadísticas mundiales; sin embargo, no cabe duda que tampoco somos considerados como un Estado serio en los aspectos mencionados antes, y que la idea que exportamos de Bolivia puede afectar sin duda a nuestras futuras generaciones.
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