jueves, 3 de marzo de 2011

Breve comentario de: "Memorias razonadas de un escritor perplejo" de H.C.F. Mansilla


Quentin Skinner, uno de los más interesantes historiadores vivos en nuestros tiempos señalaba al fundar la llamada escuela de pensamiento de Cambridge que no es posible entender una obra sin contextualizarla en el tiempo histórico en que se produjo.
Así pues siempre que leo algo intento despojarme de ese maldito acompañante llamado prejuicio, que lo único que hace es aproximarnos hacia visiones erróneas de los escritos de cualquier ser humano. 
En este contexto es en el que deberíamos leer el texto “Memorias razonadas de un escritor perplejo” de mi amigo H.C.F. Mansilla, al iniciar la lectura de la misma debo confesar que me invadió una sensación muy fuerte de sorpresa al darme cuenta de la sensibilidad con la que mira y recuerda a su familia; queda claro que a lo largo de todo su periplo por el mundo que aún está inconcluso desde niño se empeñó a forjarse un futuro académico en cualquier ramo que en la juventud le hubiéra tocado estar; al margen de tantos jóvenes de cualquier estrato social que se empeñaban (y lo siguen haciendo) en seguir en sintonía con valores poco edificantes en sus vidas, él eligió el camino más pedregoso y por tanto el que más cuesta a cualquier ser humano incluso en la actualidad; yo diría que el ser un rebelde sui generis con lo establecido, un rebelde con causa y consecuencia además es uno de sus mayores puntos a favor.
Otra cosa que llama la atención es ese relato casi sistemáticamente ordenado de ejercicios de trotamundo y de vinculación con algunas de las personalidades más importantes del mundo académico; lo que me deja casi sin palabras, pero también me deja constancia del contraste que tiene el señor Mansilla respecto a otros estudiantes latinoamericanos; ojo que cualquier lector ajeno a la realidad boliviana creería que el autor del libro y cualquier otro estudiante proveniente de estas tierras andinas es capaz de costearse tremendos y exquisitos manjares a la vista y al conocimiento; ahí se debería tener los ojos y las orejas bien abiertas al respecto.
Otro detalle que me llama la atención en términos de estilo, es que a pesar del riquisimo bagaje literario que posée el  señor Mansilla sistemáticamente aparece la palabra “no hay duda” como si por voluntad propia quisiera decir o demostrar algo.
Finalmente, debo confesar que si yá antes de conocerlo y tenerlo entre mis amistades al señor Mansilla, ahora que me nutro de sus anécdotas de parte su vida; siento con más fuerza ese deseo de convertirme un día en el sustituto académico de él y de otros tantos intelectuales en mi país a quienes admiro.

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