lunes, 4 de julio de 2011

"Indigenofilia y autonomía" de Iván Arias D.







(Publicado en el periódico Pagina Siete. 04/07/2011)

¿Por qué el campesino cuando sale de su comunidad y se va a cualquiera de las grandes ciudades se apodera y prospera en las redes del transporte y del comercio? ¿Por qué la mayoría de los collas cuando van al oriente o Chaco prospera?

La respuesta más común explica que en estos lugares el indígena encuentra mayores y mejores oportunidades. Otra señala que las condiciones agrestes en que nacen y crecen los altiplánicos los hacen personas muy apegadas al trabajo duro y sacrificado, distinto al del habitante local.

Los antropólogos arguyen que la clave del éxito del campesino es que en su seno lleva la fuerza telúrica de la comunidad y la fortaleza de su raza de bronce. Y así siguen las explicaciones sin que ninguna de ellas se atreva a desenmascarar la verdadera razón. ¿Por qué?

Debido al despiadado proceso de colonización, el espíritu de Bartolomé de las Casas y de los jesuitas se ha apoderado en la explicación de la situación del indio conquistado y hasta nuestros días. Ese espíritu se patentiza en la acción sobreprotectora al indio, paternal, civilizatoria y reinstauradora de la idea cristiana del paraíso donde no hay desigualdades, no existe el pecado y la armonía entre hermanos y hermanas es una forma de vida porque se ha desterrado la propiedad individual que llevó a que por su culpa, en el génesis, Adan y Eva pecaran destruyendo la comunidad celestial en la Tierra.

Para reemplazar este pecado original, los religiosos de la conquista “descubren” en sus reducciones proteccionistas la posibilidad de reinventar el paraíso a partir de la creación de la comunidad indígena como el nuevo paradigma de la obra de Dios en la Tierra. Bajo este paraguas, con el pasar de los años y siglos, es que surgieron los indigenistas: misioneros entregados a la protección de los indígenas y su comunidad contra los embates del mundo exterior excluyente, racista, explotador, individualista y egoísta.

Los indigenistas en sus más variadas expresiones influyeron en la elaboración y aplicación de políticas públicas a favor (¿en contra?) de los indios. En el caso boliviano los indigenistas de ayer, devenidos hoy en indigenófilos (amantes de la indigencia, de la pobreza) han determinado mediante la Ley 3545 que “todas las tierras fiscales disponibles declaradas hasta la fecha y las que sean declaradas como tales a la conclusión de los procesos de saneamiento, serán destinadas exclusivamente a la dotación a favor de pueblos y comunidades indígenas, campesinas y originarias” y (CPE, art. 394) “la propiedad colectiva se declara indivisible, imprescriptible, inembargable, inalienable e irreversible y no está sujeta al pago de impuestos”.

Así, aparte de excluir a que cualquier boliviano pueda solicitar la adjudicación de una pequeña propiedad, el Gobierno, que dice defender al indio, paradójicamente le niega a éste el derecho a ser propietario: lo esclaviza a la idea de la comunidad que “funciona” en la cabeza de los antropólogos, pero no en la economía real.

El campesino migrante, aparte de otras razones, progresa en las ciudades y en el oriente, porque pasa de ser objeto comunal (motivo de protección externa, víctima de la cosificación cultural y subvaloración) a ser sujeto económico individual/familiar que se convierte en ciudadano libre, propietario, hacedor de empresa, que arriesga, invierte y genera riqueza individual transable.

La deformación indigenófila abre las puertas para que los que protegemos a los indígenas sigamos llenando nuestras arcas a su nombre y eternicemos su pobreza como base originaria y constante de nuestra riqueza. Con este espíritu, el erradicar la pobreza de las poblaciones rurales siempre será un lindo discurso que victimiza y confina al indígena a ser un habitante de segunda, pues, al obstruírsele la posibilidad de ser propietario individual, lo deprecia ante aquellos k’aras que siendo propietarios individuales pueden vender, hipotecar y dividir su finca, mientras el indígena sólo puede aprovechar-usufructuar la tierra en el marco de la sobrevivencia comunitaria; se le castra el empoderamiento legal como propietario individual/familiar/empresarial.

De esta manera la tan mentada autonomía Indígena Originaria Campesina (IOC) es una entelequia mental que no funciona ni como autonomía política ni económica. ¿Qué autonomía IOC funciona? ¿Son hoy los IOC más autónomos económicamente?

Iván Arias Durán

Ciudadano de la República de Bolivia. Columnistas.net

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