domingo, 28 de junio de 2015

La sociedad de la transparencia



Siguiendo un alegato anterior (Página Siete 03/02/2015) que pretende debatir respecto a la actual “modernidad tecnológica” en la que la sociedad está inmersa con tanto ímpetu, propongo comentar el segundo texto del filósofo Surcoreano Byung-Chul Han cuyo título de libro lleva el mismo de esta columna.

¿Qué quiere decir transparente en este tiempo? Significa la posibilidad de saber todo del otro, pero no sólo como posibilidad sino que lo demandamos constantemente, exigimos que quienes están al frente nuestro física o virtualmente se desnuden por completo (en el sentido figurativo de la palabra) haciendo de esta sociedad de la transparencia algo como lo que el filósofo dice: el infierno de lo igual; cuando no nos damos cuenta que es precisamente esa falta de transparencia lo que mantiene viva la relación.


Pensamos que teniendo torres de información a disposición, podremos ejercer una mejor decisión sobre algo; cuando no nos damos cuenta que eso no necesariamente nos conduce a tomar mejores opciones. Aquí no hay eso de que a mayor cantidad de información que administremos, mejores decisiones tomaremos. Digo administremos porque es humanamente imposible que a día de hoy alguien pueda dominar todo lo que está en la red.


Por la misma ecuación, creemos en todo, desde una perspectiva positiva. No hay sitio para el sufrimiento y el dolor. Ahora, por internet, todos pueden "estar enamorados sin caer enamorados”, dado que podemos tener la suficiente información y niveles de racionalidad superiores que creemos tener la capacidad de domesticar el amor; o lo que es lo mismo, nuestro veredicto final que alimenta  la autoestima es el "me gusta” del Facebook; a partir de eso generamos comunicación con quienes nos siguen y generamos rápidamente rechazo hacia quienes no nos dan ni un solo "me gusta”.


Por tanto, a propósito de esta transparencia, tendemos a actuar más como una sociedad de la pornografía, en la que exigimos un mutuo desnudamiento sin límites. Así nos alejamos cada vez más del placer. 


A esto el filósofo lo reduce como "en el misterio está el fundamento divino del ser de la belleza”. El placer y la belleza, gracias a esta sociedad de la transparencia, destruye el aroma de las cosas. 


La forma de comunicarnos bajo sus parámetros no nos permite jugar sobre terrenos no definidos. Todo se nos antoja sentirlo más rápido y es más, no disfrutamos con sentir las cosas de una en una; queremos muchas cosas al mismo tiempo, generando problemas de dispersión típicos de esta era.


Si todo este alegato no lo convence, amable lector, el filósofo expresa un ejemplo desarmador: el siglo XVIII era caracterizado por un escenario teatral donde la distancia se opone a lo táctil, a través de formas y signos. En cambio, en la modernidad, renunciamos cada vez más a la distancia teatral a favor de la intimidad. En este mundo, las intimidades se exponen y venden en un mercado. El teatro es un lugar de representación mientras que el mercado es un lugar de exposición.


Consecuentemente, nos enfrentamos en este siglo XXI al inicio de un nuevo tipo de panóptico dentro de nuestra civilización, que no es el tipo anterior que venía determinado por poseer una perspectiva única de control a la manera que propone Bentham, ya no hay la diferenciación entre el centro y la periferia; es decir, ya no existen celdas que se encuentran en disposición circular donde el centro gobierna y controla desde una torre.


En el nuevo panóptico digital se genera una suerte de ilusión de ser libre. Creemos y buscamos controlarlo todo, ocupar el puesto del que controla en la torre sin que el resto pueda vigilarnos;   una forma de ilusionarnos con este poder es cuando estamos al frente de nuestras pantallas y a través de las redes sociales ejercemos este papel, que más allá de ser una función de control se materializa simple y burdamente en un papel de fisgón y de negatividad a participar en asuntos colectivos en persona. 


Así pues,  para concluir, en esta sociedad de la transparencia se forman grupos casuales cuya máxima función es alimentar un ego individual en el que cada uno busca construir una marca de sí mismo.


Esta columna fue publicada en los Periódicos: Página Siete, Los Tiempos y La Prensa.










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